LA ADVERSIDAD PARA CRECER


         LA ADVERSIDAD PARA CRECER

En muchas ocasiones hemos llorado sin ser plenamente conscientes de que la vida nos estaba haciendo un favor. Hay situaciones que en su momento nos desbordaron, que generaron una tristeza o una rabia profunda o que incluso hicieron que nos cuestionáramos el sentido de todo. Sin embargo, tiempo después, al verlas con perspectiva, nos damos cuenta de que esas situaciones nos hicieron más fuertes, nos dieron una enseñanza, nos convirtieron en mejores personas o, al menos, en personas más sensibles.
 
En este sentido, Albert Einstein solía decir que si algo agradecía en la vida, era a todas aquellas personas que le habían dicho “no”. Sigmund Freud afirmó que había sido un hombre afortunado porque en la vida nada le había sido fácil. Las grandes personalidades comparten una característica: son conscientes de que los problemas y los contratiempos son oportunidades para crecer. Eso no significa que no les duela, pero deciden usar ese dolor como aliciente para seguir adelante.
 
Las grandes personalidades de la historia, así como muchísimas personas anónimas que han sabido cultivar la resiliencia, son conscientes de que todos los males no vienen para hacer daño y saben que, aunque en un primer momento no puedan comprender su significado o la lección que encierran, esa situación les permitirá crecer.
 
Solemos pensar que toda pérdida, contratiempo o desilusión es un mal que nos hace daño. Eso se debe a que nos centramos en lo negativo y no somos capaces de analizar la situación desde una perspectiva más amplia.
El problema es que estamos mirando desde la perspectiva equivocada, una perspectiva que puede llevar a sacar conclusiones erróneas que alimenten un sufrimiento inútil. Sin embargo, si somos capaces de dar la vuelta, podremos descifrar el sentido, cambiar la perspectiva, mirar desde otro ángulo, a ser posible más constructivo.
 
El hecho de que determinadas situaciones puedan ayudarnos a crecer, a ser más resilientes y a convertirnos en mejores personas no significa que no duelan y que no causen sufrimiento. Sin embargo, es importante distinguir entre el sufrimiento y el dolor. 
 
El sufrimiento nos mantiene atascados, nos convierte en sus prisioneros y no nos permite fluir con el curso natural de la vida. Este sufrimiento no tiene un poder sanador sino todo lo contrario, alimenta la tristeza, el odio y el resentimiento. 
 
Al contrario, el dolor es aquel que nos renueva, que nos permite liberarnos de la rabia, la tristeza y la indignación. El dolor es como un río que fluye, de forma natural y que, al final, desemboca en una lección, en un aprendizaje. 
El dolor nos permite recorrer el camino de la adversidad y llegar fortalecidos a nuestro destino. Nos rompe en mil pedazos para volver a recomponernos, devolviéndonos una versión más sensible y a la vez más fuerte de nosotros mismos.
Podemos aprovechar la adversidad para crecer y realizar cambios trascendentales en nuestra vida.

Es lógico que nadie quiere enfermar, nadie quiere sufrir una pérdida o vivir un duro fracaso, situaciones inevitables en la vida, pero está en nuestras manos aprovechar esa situación para aprender y crecer o, al contrario, sumirnos en un mar de quejas y lamentaciones que no nos conduce a ninguna parte.
 
En la mayoría de las ocasiones resulta difícil vislumbrar la oportunidad de crecimiento en los reveses. Por eso es necesario mantenerse atentos y conservar la idea de que todos los males no llegan para hacer daño. Hay males “necesarios” que encierran lecciones de vida. 
 
Por tanto, recuerda que a veces la vida no te dice “no” sino tan solo “espera”, que a veces las mejores oportunidades llegan disfrazadas de contratiempos, que a veces ese problema es una ocasión para cambiar el rumbo. Por eso, la próxima vez que cometas un error, sufras una pérdida o tengas un revés, pregúntate qué lección puedes aprender. Es un cambio de perspectiva.

OPINIÓN Y SUGERENCIAS


Mi Consulta Psicológica 
Ana Luisa López Pérez
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