EL MUNDO DE LAS RELACIONES

EL MUNDO DE LAS RELACIONES

El mundo de las relaciones está lleno de malentendidos, desacuerdos y días de sombra en los que dan ganas de aniquilar al de junto, a la pareja que es incapaz de congruencia amorosa, a la hija adolescente que dice no a todo, a la madre neurótica que es un máquina de gritos y órdenes, al jefe insaciable que solo ve errores pero nunca aciertos, al amigo que desaparece cuando lo necesitas y aparece cuando te necesita.

Estos son solamente algunos ejemplos de las infinitas situaciones que vivimos diariamente. Somos nuestros vínculos.  Siempre existimos con referencia a los demás. Y al mismo tiempo somos libres y autónomos. Los pensamientos, sentimientos, sueños, planes e ilusiones, tienen mucho de incomunicables.
Sentir que nadie nos comprende es un clásico de la vida relacional. Decir A y que se entienda B.

Por ejemplo, una pareja pelea cíclicamente por el manejo de la distancia y la cercanía. Él la quiere más cerca, ella se asfixia fácilmente y necesita más distancia. El problema no es el desacuerdo, sino que frente a la frustración de no coincidir en necesidades, se ofenden, se gritan, se dicen cosas horribles, se dejan de hablar durante días. Incapaces de enfrentar con tranquilidad y valentía el problema, lo perpetran. Incapaces de describir lo que sienten, de pedir lo que necesitan sin exigirlo, de dialogar de manera sensata, usan toda la artillería para culpar al otro de la frustración personal.

Se pelean dos sordos, dos necios, dos tontos, dos infantiles, dos incapaces, dos impulsivos, dos carenciados, dos borrachos.

Confrontan dos adultos, dos dispuestos a escuchar al otro hasta el final, dos que se aman y se respetan por encima de todo, dos que piensan antes de hablar, dos que buscan soluciones y no solamente reclamar.

La pelea y la confrontación son dos formas completamente distintas de resolver las controversias de la vida. Cada quien elije con cual se presenta ante el mundo. Habrá quienes estén dispuestos a subirse al ring a la menor provocación. Esos que necesitan tener siempre la última palabra y que creen que los demás deberían someterse.
Quien pelea, busca romper, destruir y aniquilar al oponente. Necesita desesperadamente prevalecer, aunque el costo sea lastimar a quienes ama o destruir proyectos valiosos.

La confrontación es un método mucho más sofisticado que surge de un lugar emocional completamente distinto. De una parte de la mente que busca resolver lo que no funciona, que piensa en alternativas, que se basa en la escucha respetuosa de la visión del mundo de los demás. Confrontar es necesario para crecer. Quienes huyen de ella, quizá la confunden con pelear. Tal vez piensan que confrontar es la guerra y estar dispuestos a que corra la sangre.

En general, somos malísimos para confrontar y utilizamos una tremenda cantidad de recursos para hacerle saber indirectamente a los demás, que no estamos contentos o que nos hemos sentido ofendidos. O nos contenemos tanto lo que nos duele o nos enoja que cuando decidimos expresarlo, salen bombazos inexplicables y burdos.

Algunas ideas prácticas que podrían servir para confrontar mejor:

1.   Escuchar sin interrumpir.
2.   No beber.
3.   Hablar en primera persona: yo siento, yo pienso.
4.   Evitar culpar, juzgar, ofender. Cuidar los límites del respeto a la dignidad.
5.   No subir la voz.
6.   Evitar el rollo. Ser asertivo, breve.
7.   Proponer soluciones
8.   Tolerar el desacuerdo como un posible resultado de la confrontación.

No existe ningún asunto humano ajeno al conflicto.
Las relaciones son problemáticas, inestables, cambiantes e impredecibles. Deberíamos saberlo y estar mejor equipados para hablar de frente sin perder los estribos.
No seamos ese personaje que está orgulloso porque nunca pelea con nadie y nunca se mete en problemas. Es un evitador de conflicto que tarde o temprano, arderá en las llamas de lo no dicho.

Tampoco seamos el pendenciero, el que pelea, el guerrillero, el vengador, el que no puede callarse nada porque es incapaz de distinguir lo importante de lo irrelevante.

Se confronta solamente aquello que juzgamos importante y con un impacto serio en nuestra vida sentimental. Se deja pasar todo lo que califica como problemas típicos de la vida humana, con los que simplemente hay que aprender a lidiar.
Tener la capacidad de distinguir lo importante de lo insignificante, puede ser una buena definición de sabiduría.


Mi Consulta psicológica
Ana Luisa López Pérez
Psicóloga

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