TIEMPO
TIEMPO
Estar ocupado es un símbolo de status. La gente dice no tener tiempo
para hacer amigos fuera de la oficina, para salir con alguien, para
dormir, para tener sexo. Hacer muchas cosas al mismo tiempo es un
orgullo. Comprar libros por Internet, contestar mails.
Alimentar la fantasía de ser multitarea.
Estar
ocupadísimo y ni siquiera saber para qué, más allá de los compromisos
apremiantes de la vida adulta: pagar el alquiler, las colegiaturas, la
mensualidad del auto, el seguro médico. No tener tiempo de nada es casi
siempre una maniobra de distanciamiento afectivo. Olvidar fechas
importantes como el aniversario de bodas o el cumpleaños de un
hermano, estará justificado. Será fácil y hasta honorable contestar que
todo es culpa de las responsabilidades. En los estilos de vida de hoy,
parece que la única posibilidad es trabajar sin descanso.
Un
padre, proveedor único de un hogar, ha borrado desde hace años las
fronteras entre la casa y el trabajo. Llega muy tarde. Sigue mandando
mails y contestando el teléfono. Hace mucho tiempo que no se toma unas
vacaciones con su familia.
Una mujer apasionada por el baile se
deprime después de muchos años de ser administradora. Su sueldo y la
estabilidad que el trabajo le ha dado no la hacen tan feliz como algún
día pensó.
La imagen idealizada de lo que deberíamos
estar haciendo al cumplir 30, 40 o 50 nos persigue.
De la educación familiar, los valores dominantes, las expectativas de
padres y maestros, el temperamento. Hoy se espera
que hombres y mujeres lo hagan todo y las prácticas laborales no
favorecen el equilibrio entre el trabajo y la vida personal. Probablemente y
por falta de práctica, muchos súper ocupados no sabrían qué hacer
consigo mismos y con la gente que quieren si detuvieran el tren
frenético de la prisa existencial.
A veces somos
también víctimas del mercado y creemos necesitar el teléfono más
sofisticado o el vestido de la temporada. Trabajamos para pagar deudas
de cosas materiales que tampoco nos dan más felicidad y quizá solo un
sentimiento volátil de poder.
Ordenar las prioridades
es algo para lo que tampoco tenemos tiempo. La vorágine de asuntos es el
obstáculo para reflexionar. Para detenernos a pensar cuál es la
verdadera gratificación de tener una agenda imposible de cumplir.
Si
por lo menos tuviéramos erotizado el trabajo y el éxito, estar
ocupadísimo sería disfrutable. Pero parece más por sus efectos, una
ceremonia masoquista y microsuicida, basada en comer mal, dormir mal,
sin tiempo para hacer deporte y para descansar. Convencidos de que no
hay alternativa, vivimos por encima de nuestras capacidades
económicas. Dejamos de lado la necesidad básica de no hacer nada para
contemplar y para practicar la gratitud. Es un problema sistémico,
social y cultural. Y también más agudo en las personas atormentadas por
la prisa y el deseo de logro.
No tener tiempo es una
forma honorable y segura para mantenerse lejos. Decir que si pudiéramos
estaríamos más, escucharíamos más y nos preocuparíamos menos, es un
sofisma. Como si dejarse de preocupar fuera causa de catástrofes,
hacemos de la angustia una forma de vida que se convierte en obsesión.
Con
el tiempo, he entendido que lo más importante no es la autonomía sino
sentir. Alejarse en lo posible de estados de enajenación.
Sentir
es incompatible con la falta de tiempo. En la prisa y la ansiedad, solo
importa hacer, cumplir, entregar, pagar, planear, avanzar. Imposible
observar, equivocarse, conmoverse, llorar, besar, abrazar, desear,
cocinar, verse a los ojos, quererse en silencio.
Tal
vez hay que revisar si también es miedo a la cercanía e incapacidad para
la intimidad lo que está en el fondo del activismo. Sentarse a no hacer
nada más que compartir puede ser amenazante. Enfrentar que tal vez no
conocemos profundamente a las personas con las que compartimos un techo,
o que somos malos para escuchar porque estamos ensimismados.
Revisar
quiere decir reflexionar críticamente sobre nuestras elecciones. No tengamos que justificarnos diciendo que no tenemos
tiempo. Siempre lo hay cuando algo de verdad nos interesa.
Mi Consulta Psicológica
Ana Luisa López Pérez
Psicóloga
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