LA AYUDA QUE NO AYUDA


             LA AYUDA QUE NO AYUDA

Es importante entender que no somos quienes para ayudar si no se nos pide ayuda y sobre todo muchas veces por mucho que se haga de corazón, hacemos todo menos ayudarles….


Resolver los problemas de sus allegados les impide desarrollar la confianza en sus propios recursos. Libera a los demás de tu exceso de atención.


En su libro ‘El arte de amar’ E. Fromm dice: “Si un individuo es capaz de amar productivamente también se ama a sí mismo; si sólo sabe amar a los demás no sabe amar en absoluto”. El amor supone la capacidad de amar y ser amado. Si eliges este camino de doble dirección es probable que vivas más que otras personas, como descubrió el psiquiatra G. Vaillant.



Ofrecer apoyo es un acto generoso de personas que quieren el bien del prójimo y pedir ayudar supone humildad porque significa admitir nuestras limitaciones. Una relación sana es flexible, unas veces tú ofreces apoyo y otras descubrirás al otro cuidando de ti.


Resolver todos los problemas de nuestros allegados no sirve de ayuda porque significa impedirles que desarrollen la confianza en sus propios recursos personales. Si haces los deberes de tu hijo para evitar la frustración de las malas notas conseguirás que se vuelva inseguro y apático porque superar retos es uno de los ingredientes que genera fortaleza y bienestar psicológico.


Pero hay un tipo de personas cuya misión es solucionar los problemas de los demás y pueden hacerlo incluso cuando no se solicita su ayuda. Tienen una enorme habilidad para detectar individuos que sean compatibles con ellos, es decir, que hagan el rol complementario de víctima y que se muestren receptivos ante el furor resolutivo del salvador. Podemos interpretar tres roles en nuestra vida: el salvador, la víctima y el perseguidor o acusador. Estos papeles son dañinos cuando se activan de manera rígida y repetitiva.


Lucía se siente orgullosa de llevar el peso de la economía en casa. Su pareja, Andrés, tuvo problemas con el alcohol y perdió su trabajo. Está recuperándose pero cada vez que habla de volver a trabajar ella le aconseja que no tenga prisa. Andrés da gracias de tener una pareja tan comprensiva. No sabe qué haría sin ella.

En estas relaciones se produce un juego de roles rígido y unidireccional. El salvador se identifica con un yo altruista y cuidador. Su contraparte es alguien más pasivo e inseguro.

Una visión más profunda nos habla del deseo de ser necesitado del salvador. Su miedo es que su compañero crezca y su labor no sea tan indispensable. Tiene su autoestima vinculada a la cantidad de cosas que hace por los demás y su altruismo es en parte un disfraz para ocultar el deseo de control sobre el otro. Esta relación es doblemente tóxica porque ni el salvador ni la víctima se ocupan de sus necesidades.

El salvador debe aprender a amar al otro sin querer dirigirlo y aprender a amarse más a sí mismo encontrando un espacio para ocuparse de sus sentimientos y sus necesidades. Sólo conociéndose más y abordando sus miedos podrá relacionarse con personas disponibles emocionalmente con las que pueda compartir en igualdad. 


Sé consciente de tus emociones. Medita. Imagina que tienes delante de ti a una persona que amas ¿Qué sientes por ella? Y ahora imagínate a ti mismo. ¿Sientes lo mismo? ¿Si no te quieres a ti mismo cómo podrán hacerlo los demás?


No pienses sólo en ti mismo pero sí primero. Esto liberará a los demás de tu exceso de atención.


Busca ayuda. Es difícil romper esta dinámica tan asentada por uno mismo. Acude a un terapeuta.

OPINIÓN Y SUGERENCIAS

Mi Consulta Psicológica
Ana Luisa López Pérez
Psicóloga

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